Lo que nos dice a gritos la situación que vivimos

De repente, todo se ha puesto patas arriba. Un guion de película catastrófica ha traspasado la pantalla para colarse imprevisiblemente en el mundo real.

Y ahí andamos todos, como humanamente podemos tratando de hacer malabares entre nuestras obligaciones, emociones y deseos.

Si alguna cosa está clara es que ya nada volverá a ser igual, que el mundo que nos dejará el coronavirus se parecerá poco al mundo donde nacimos y que cuando pase la descomunal tormenta a estas horas todavía tan incierta e incómoda, tendremos la oportunidad de entrar, como humanidad, en una nueva etapa mucho mas avanzada y evolucionada.

La situación que nos ha tocado vivir, nos cierra la puerta de casa pero nos abre otras hacia nuevas oportunidades. No lo hace de forma amable sino que nos pega un empujón y nos exige una transformación masiva inmediata como sociedad, que en mi opinión pasa necesariamente por un empoderamiento personal y una toma de responsabilidad y consciencia individuales.

El coronavirus nos GRITA:

Somos naturaleza

Como especie, cometemos el error de pensar que estamos separados de ella y que la podemos dominar y controlar, como hacemos con tantos otros aspectos de nuestra vida.

“Sólo podemos dominar la naturaleza si la obedecemos”, dijo Francis Bacon Y obedecerla quiere decir entender que sólo somos una especie más dentro de este complejo ecosistema.

También pasa por reconocer que somos seres finitos aunque nuestros deseos suelen ser insaciables.

Avanzamos por la vida sin darnos cuenta de nuestra extrema vulnerabilidad con la que solo contactamos cuando un acontecimiento como este pone en riesgo la posibilidad de conseguir todos esos deseos insaciables.

La situación que vivimos nos brinda una oportunidad para acabar con esa tendencia compulsiva a querer más, a no estar conformes con lo que somos ni con lo que tenemos. Dispongamonos ya, sin más dilación, a amar la vida tal como se presenta y a disfrutarla desenvolviéndola despacito y con ilusión, asombrándonos del auténtico regalo que es.

La naturaleza tienes sus ritmos y no los respetamos. La propia velocidad con la que vivimos nos impide vivir. No respetamos nuestros propios y auténticos ritmos muchos mas conectados a la calma, a dormir nuestras horas , a comer mas ligero y a cuidar nuestro cuerpo.

Como dijo Greta Thumberg, la Naturaleza no negocia. Más vale que pongamos todos nuestros esfuerzos en lo que de verdad importa. La situación nos pide a gritos un reset planetario.



Somos seres emocionales. Estamos viendo a diario como esta situación saca lo peor y lo mejor de cada uno de nosotros.
Hay aislamiento neurótico, compras de pánico, actos egoístas , negación del peligro. También hay gente cantando desde sus balcones para que quienes están solos puedan escuchar sus voces, aplausos de agradecimiento que ponen la piel de gallina, artistas que ofrecen gratuitamente su talento para llenar de arte nuestras horas muertas. Nuestros teléfonos sacan humo con propuestas de todo tipo, muchas de ellas generosas. La gente empieza a mirarse con unos ojos más empáticos y compasivos.

Es fundamental en estos días saber diferenciar la voz del miedo de la voz de la confianza

Es imprescindible si queremos gestionar las emociones que estamos sintiendo estos días de una forma sana y no desbordarnos, acogerlas todas, validarlas y movilizarlas, no dejando que se nos instalen durante mucho tiempo. Así evitaremos también el riesgo de contagio emocional.

Así que canta, muévete, pinta, crea, cocina, trabaja con consciencia, quizás deberás reinventarte ( otra vez…) , mantén comunicaciones que te aporten alegría y conecten a la vida, corta las que alimenten el miedo y la tristeza. Conserva el sentido del humor, sobretodo!


Somos seres interdependientes

Durante un tiempo no podremos estar juntos pero si unidos y es precisamente esa unidad la que nos sacará de esta.

Tenemos un reto humano urgente, la vida nos ha metido en el mayor scape room que nunca hubiéramos podido imaginar pero aunque el virus se propague exponencialmente, también lo pueden hacer nuestras ideas y conocimientos si lo combatimos cooperando y haciéndonos responsables.

Eso significa sobretodo en estos primeros días que no actuemos como niños malcriados sino como adultos responsables y que “lavarse las manos” nos lo tomemos todos únicamente en sentido literal.

Lo que haces por ti, lo haces por todos

Solo poseemos aquello que no podemos perder en un naufragio.

Tomate unos segundos, cierra los ojos, respira profundamente y hazte esas preguntas que te esperan desde siempre. ¿Qué es lo que realmente te importa en la vida? ¿cuál es tu deseo más profundo? ¿qué tan coherente es el tipo de vida que llevas habitualmente con tus respuestas?

Vivimos adictos a una sensación de velocidad que alimentamos haciendo y consumiendo sin parar, buscando desesperadamente la manera de aprovechar el tiempo, de producir, de tener, de conseguir.

Nos produce ansiedad habitar el presente, detenernos, quedarnos a solas con nosotros mismos y por ello nos apegamos continuamente a cosas, a relaciones o ideas como tablas de salvamento que nos ofrecen una falsa seguridad ante ese posible naufragio.

Los días que nos ha tocado vivir son un buen momento para desapegarnos de todo aquello que no cubre nuestras necesidades reales y nos acercan a ese deseo más íntimo. Utilicemos este tiempo para hacer una buena limpieza y desprendernos de cosas inútiles, de relaciones vacías, de ideas y pensamientos que nos obstaculizan y empequeñecen.

Usemos esa sensación de fragilidad con la seguramente estaremos contactando como un trampolín que nos impulse hacia una nueva imagen de nosotros mismos y una nueva forma de relacionarnos, más conectada con nuestras verdaderas necesidades y con nuestro yo más auténtico.

Deseo de corazón que puedas vivir este retiro forzado con la mayor serenidad y consciencia posible.

Que mientras dure esta sensación de naufragio puedas aferrarte a tablas de salvamento que te aporten confianza, serenidad y templanza.

Que los abrazos y besos dejen de ser pronto armas peligrosas y que vuelvan a ser medicina para el alma.

Carme Pujol