Viajes con sentido

Mi profesión me permite hablar con diversidad de personas y establecer con ellas una relación de intimidad que no se produciría si mi pasión y trabajo fuera otra.

A menudo me encuentro indagando sobre recuerdos de infancia y, observo que la inmensa mayoría de nosotros, relaciona los más bonitos con un viaje, unas vacaciones; un tiempo para detenernos en un espacio muy diferente al que contextualiza nuestras vidas programadas y rutinarias durante el resto del año.

Vienen a la mente, como dulces caricias del pasado, momentos, olores, lugares, personas que evocan experiencias y vivencias compartidas: la libertad radical de los veranos en el pueblo, largos días de playa cargando fiambrera (que siempre acababa llena de arena) y sombrilla (que siempre acababa volando), el agua helada de la fuente como punto final de una larga excursión, aquel cachorrito de gato salvaje que acogía la familia durante el verano pero que no podíamos llevarnos a la ciudad, provocando lágrimas y quejas por parte de los más pequeños

Todos estos recuerdos confluyen en un punto, y es que  tienen mucho más que ver con los verbos 'ser' y 'estar' que con el verbo 'tener'. Este es, sin duda, uno de los rasgos principales que caracterizan la experiencia de viajar. Viajar es ser atrevido, diferente, aventurero, extraño, extranjero, de alguna manera… volver a ser niño. Un largo listado de cosas que habitualmente "no somos". Viajar es, sobre todo, estar ... pero de paso! Y qué importante que es este matiz.

Todo viaje en familia se nos presenta cargado de intangibles: la ilusión de explorar nuevos paisajes, de descubrir, de dejarnos impresionar, de experimentar, de compartir momentos de una calidad diferente a la del resto de del año, cuando las obligaciones nos limitan y en ocasiones nos ahogan.

Un viaje en tren es un trayecto

Lo que realmente enriquece el corazón y la vida son las experiencias y no los bienes materiales. Esta premisa fue el motor que nos llevó a embarcarnos el verano del año pasado en una aventura fascinante: la preparación de un viaje de Interrail por Europa. Mochilas físicas cargadas, mochilas emocionales preparadas para absorber  nuevas experiencias y dos progenitores a cargo de dos hijos de 10 y 7 años. Tras valorar pros y contras, y viendo que la lista de los primeros superaba con creces los segundos, decidimos lanzarnos de lleno.

Viajar aporta a los niños grandes posibilidades para su desarrollo emocional. El concepto de “viaje de Interrail” ya es en sí mismo, un beneficio. El viaje no se inicia - como es frecuente- cuando se llega a la ciudad elegida y comienza la visita programada de puestos de una lista previamente elaborada, sino que es el propio trayecto lo que le da sentido al hecho de viajar.

La felicidad es un trayecto, no un destino. Y si hacemos caso de este aforismo, un Interrail nos ofrece muchos trayectos,  algunos de los cuales pueden ser bastante largos. Por lo tanto, aparecen delante de nosotros muchas oportunidades para ser felices.

El tempo en un viaje de Interrail es opuesto al ritmo frenético y exigente del día a día. Pasamos de no tener tiempo para casi nada, a compartir en familia un espacio reducido durante horas y horas. Esta es una oportunidad de oro para educar a nuestros hijos e hijas en el buen uso de la lentitud, una de las bases del autocontrol emocional.

Vivimos dominados por el peso del tiempo y la necesidad de aprovecharlo, pero la imposibilidad de poder controlarlo a menudo nos conduce a una situación de desazón y rabia que nos impiden disfrutar plenamente de muchas situaciones de la vida.

El tren marca su propio ritmo y sus correspondientes paradas y esperas. Nos regala la posibilidad de estar presentes, de disfrutar de serenidad y quietud, contrapuestas a las prisas y la agresividad derivadas. El tren nos permite dar valor a los detalles, aumentar la capacidad de observación, respetar los ritmos de los otros, sin olvidar la práctica del arte de la conversación, un antídoto para dos enfermedades muy frecuentes en nuestra sociedad actual: el aburrimiento y la impaciencia.

Qué clarividente Einstein al decir que nunca pensaba en el futuro porque llegaría demasiado temprano. Seguro que hubiera estado de acuerdo con nosotros -personal y como matemático- cuando decimos que el tiempo en un viaje de Interrail es como un chicle que se estira y que cogerá la forma que nosotros queramos darle.

Cabe de todo: juegos, lecturas, chistes, conversaciones, canciones ... La creatividad a la hora de inventar juegos que no requieran de un gran apoyo material en contrapunto al aburrimiento y la desidia es un recurso valioso que no podemos olvidar al preparar la mochila. Un cordón de zapato puede darnos pie a un improvisado y entretenido taller de nudos…

Todo esto  aportará calidad al tiempo compartido en familia y nos ayudará a forjar una relación de intimidad entre padres e hijos. Cuanto más disfruten del tiempo que pasen con nosotros, más valorarán la relación en un futuro y será mas fácil mantener un vínculo sano.

 

Los trenes tienen ventanas

Ventanas que no dan a un túnel, no sobrevuelan la Tierra a miles de kilómetros de altitud ni sólo permiten ver niebla y nubes. Son ventanas que ofrecen la capacidad de observar sin prisas ,  incentivan a los niños a asumir un papel más reflexivo ante la vida y ayudan a frenar esta tendencia a la impulsividad tan propia de nuestros tiempos.

El hecho de conocer nuevas realidades, personas y culturas diferentes despertará este sentido aventurero, explorador y curioso inherente a todo niño  que, bien acompañado, puede ser una magnífica fuente de aprendizaje, ofreciéndonos la oportunidad como padres de hablar de valores como la tolerancia y el respeto a los demás y al medio ambiente.

Los trenes se estropean

Un viaje de estas características puede presentar contratiempos: retrasos, estaciones sin ascensores que nos obligan a un esfuerzo físico no previsto, llegar a los alojamientos a horas imprevistas, etc. Situaciones que podemos utilizar para fomentar la capacidad de adaptación y la flexibilidad de nuestros niños. Los niños presentan cierta tendencia a la queja o al enojo ante los obstáculos o cambios de planes repentinos. Pero hemos comprobado que, cuando nos encontramos en ruta, parece que se adaptan más fácilmente al entorno y a las circunstancias.

Los adultos deberíamos tomar buena nota. Frecuentemente tenemos demasiadas expectativas, falta de flexibilidad y menos facilidad para salir de nuestra zona de confort. Esto implica que, durante el viaje, tomamos decisiones conectadas a emociones como el miedo o la inseguridad. Debemos aprovechar el viaje para revisar este proceder. Preguntémonos: este miedo que siento, ¿ayuda a mis hijos o al viaje en sí, me ayuda a mí?

Hay que decir que, para los niños, los padres somos esa zona de confort: es suficiente tener la certeza y la seguridad de que estamos a su lado. La familia es su "hogar", un hogar móvil y que, por tanto, puede cambiar de ubicación sin problemas.

En relación a las expectativas, es importante como padres y madres irlas revisando y actualizando. Dejémonos fluir y disfrutar de todo lo que sucede a cada instante, sin la inquietud de ir quemando etapas o de autoimponerse nos obligaciones de visitar esto o lo otro.

Como la vida misma, un viaje no es nunca como lo habían planeado, los imponderables forman parte y pueden surgir inconvenientes, momentos desagradables o situaciones problemáticas que nos permitirán poner en funcionamiento nuestra mente creativa y experimentar la toma de decisiones para encontrarse soluciones. Soluciones consensuadas en familia incorporando necesariamente la capacidad de escucha y de negociación o de aceptación, cuando la decisión la tiene que tomar el adulto unilateralmente.

En la medida de lo posible, hagamos pues a nuestros niños partícipes del viaje, como protagonistas que son, desde la toma de decisiones, la preparación de la maleta, planificación de las rutas, elección de restaurantes, momentos de descanso, distribución del presupuesto ... Nada les satisface más que sentirse escuchados y valorados así que dad la bienvenida a cualquier acción que favorezca la asunción de responsabilidades.

A veces perdemos trenes

Es la última obviedad que me permite hacer hincapié en dos cuestiones importantes. Por un lado, incidir en que la reflexión deben imponerse  a la impulsividad en la toma de decisiones. No tomemos el primer tren que pase porque pensamos que no pasará otro. Rechacemos aquella manida frase del tren al que sí o sí debes subir porque "sólo pasa una vez en la vida".

Por otra parte, el tren nos ayuda a practicar la a veces difícil tarea de "soltar". Es habitual que los seres humanos, de todas las edades, nos aferremos a cosas materiales, a vínculos con otras personas, a nuestras creencias, rutinas ... Y, de repente, “perdemos el tren” y nos vemos forzados a soltar todas las expectativas creadas de aquello que veríamos, que pasaría, que "obtendríamos" cuando hubiéramos llegado a nuestro destino.

Durante el viaje, tuvimos que desprendernos de  comodidades cotidianas, de personas con las que nos íbamos cruzando durante el trayecto dado que tomaban otro camino diferente al nuestro, de pertenencias que dejábamos olvidadas sin darnos cuenta, o que voluntariamente elegíamos no cargar en la mochila, del lugar donde habíamos pasado la noche anterior, de la experiencia de ayer, que ya formaba parte del pasado ... Soltamos prejuicios entrando en contacto con otras culturas y creencias sobre nuestra manera de ser, que cuestionamos por medio de nuestras propias vivencias.

Y es este desprendimiento mientras viajamos el que nos acerca a nuestra verdadera esencia, a nuestro yo más auténtico, que podemos explorar e ir descubriendo desde pequeños.

Un largo viaje en tren es una oportunidad única y valiosa para poder valorar el placer de las cosas sencillas que nos ofrece la vida y que no siempre sabemos disfrutar, porque no las apreciamos o quizás porque a veces nos inclinamos por una satisfacción inmediata y efímera vinculada a bienes materiales.


La experiencia de viajar padres e hijos nos permitirá construir un relato familiar común lleno de vivencias compartidas. Si alguien, en el futuro, indaga sobre los recuerdos de infancia de mis hijos, estoy convencida de que nuestro viaje en Interrail será uno de los más bonitos.

 

 

 

Carme Pujol